¿Quieres?

- Te odio.
- Y yo a ti
Paula se secó la frente con la camisa desabrochada de Alberto y meticulosamente encendió un cigarrillo. Acto seguido, Alberto se levantó de la cama y le echó una mirada recriminatoria.
- ¿Ahora qué te pasa? –dijo la voz cansada de ella.
La respuesta tardó cinco segundos en llegar.
- Me cansa tener que compartirte. Me cansa que fumes, me cansa que solo vengas aquí a follarme y que luego te largues para ver a tus hijos. Me cansa que seas tan guapa y que al cruzar la calle tengas los ojos de los tíos pegados en el trasero. Me cansa que no me eches de menos todos los días que no estás, me cansa que seas tan horriblemente simpática y tan única, me cansa que viajes solo con esa maleta. Me cansa que nunca te quedes a dormir.
Paula permaneció quieta, sentada, esperando más palabras muertas.
El silencio disfrazó la habitación y luego, todo ocurrió.
- ¿Sabes por qué te digo todo esto, verdad? Me cansa saborear tus besos humeantes, me cansa que no te traigas toda la ropa y que tampoco cojas tu cepillo de dientes y lo coloques junto al mío. Me cansa tener que pensar que no duermes conmigo por las noches. Y me cansa necesitarte, cuando te podría tener toda mi vida.