Te recuerdo sin querer

- Cariño, no me ates tan fuerte la corbata. Me asfixias, me dejas sin aliento. Sin suspiros. Me dejas sin cosas que decirte, me dejas sin palabras que cantarte.

- Cállate, Damián. No tienes nada que decirme por qué en tu corazón no rebosa nada que sea para mí. Hace mucho tiempo que dejaste de enviarme cartas a mi buzón y hace muchas primaveras que ya no siento tu aliento sobre mí. Para recordarme tienes que abrir montones de álbumes, tienes que pensar mucho para que mi imagen invada en tu cabeza. Yo te pienso sin querer. Cada mañana, a cada parada de café, a cada factura que pago, a cada vez que me giro en la cama. Aún recuerdo tu cepillo al lado del mío. Tu manera de bailar cuando cocinabas. Recuerdo como me tocabas el pelo por las noches pensando que yo no me daba cuenta. Recuerdo el tacto de tus labios, el sabor de tu cuello cuando te rozaba sin querer con los labios al abrazarte. Recuerdo tu manera de desvestirme, recuerdo tu manera de besarme las piernas. Y, ¿sabes? Es horrible recordarte. No paro de repetirme que he llegado tarde. No paro de atormentarme en que en otro invierno hubiera sido mejor. No paro de envidiar, de odiar, de querer. Y ahora míranos. Aquí, arreglándonos antes de ir a una cena. Una cena donde vamos a fingir que aún estamos juntos. Una cena dónde tu jefe va a besarme y va a decirme: ¿qué tal te cuida Damián, Anna? Y yo tendré que contener las lágrimas y sonreír. Y decirle: de maravilla, soy la mujer más feliz del mundo.



Y será mentira. Por qué tú ya no estás.