Solía decir que la mala suerte no existía, que todo se basaba en un enfrentamiento con el destino, el cual siempre resultaba ser un tramo fácil en su vida, una estúpida detención que siempre terminaba por ganar.
No le importaba perjudicar su supervivencia, estaba convencido de que su fortuna no le fallaría, nunca era mala. No podía consumirse así como así. Se creía invencible, capaz de superar todos los obstáculos de su existencia.
Abría la nevera sin esperanza alguna de encontrar un manjar relativamente bueno, y sin designio de seguir con el estómago vacío, engullía un par de yogures caducados y un trozo de queso pasado. No vomitaba, se lo tragaba sin preocupación y luego se iba al comedor.
Frecuentemente escribía sus apuntes con tinta negra. Si le quedaban las manos llenas de colorante no le importaba, se las secaba con sus ojos. No le escocía, el marrón de sus pupilas quedaba intacto y sin síntomas de enrojecimiento.
Las escaleras de la universidad las bajaba corriendo y de cuatro en cuatro, como sí el posible batacazo no pudiese llegar nunca; como si el cielo le cogiera suavemente los pies y los elevara hasta traerle de nuevo al suelo, sin impacto de caída.
Después de salir de las clases acostumbraba a pelearse con un chico que le hacía la vida imposible a su hermana pequeña. No terminaba siendo un combate sangriento, pero sí que habían tenido un que otro golpe férreo que, evidentemente, había derribado el cuerpo de su contrincante.
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Un día todo esto cambió. Se levantó como de costumbre a las ocho de la mañana, se puso los pantalones y bajó a la cocina.
No había comida, así que siguió el ritual de cada porvenir y evocó en un tazón un poco de leche caducada y unos cuantos cereales con la misma particularidad.
Se fue corriendo, y mientras caminaba despacio por las calles invernales, vio su autobús avanzar desde la parada. Maldijo esos cinco minutos que había permanecido en la cama. Para sus adentros y como solución a su nerviosismo, se dijo “la mala suerte no existe. Tranquilo”.
Las clases pasaban lentas. Por la ventana no había nada que hiciera pensar e imaginar otra realidad que no fuera la actual. El sol brillaba majestuosamente, filtrándose en su pelo.
Se miró las manos llenas de tinta. Suspiró y se frotó los ojos con ellas, haciendo que un rojo intenso empezara a aparecer.
Cuando el timbre sonó, bajo rápidamente las escaleras. En el último peldaño, sus pies se enredaron con el aire y cayó al suelo. Todo el mundo lo miraba, riéndose.
Él se levantó extrañado y dolorido, y continuó caminando hacia la salida en busca de su combate cotidiano.
Los golpes fueron fuertes; sin intención de matar pero con el propósito de dañar. Las manos se dibujaban corpulentas y hábiles. Él, perdido.
Miraba al cielo y no podía creer lo que estaba sucediendo. Se volvía débil con cada segundo que pasaba, su fuerza empezaba a amainar a medida que los golpes se hacían más intensos. No lo comprendió hasta ese momento. El momento en que sus pulmones dejaron de trabajar por un instante. Un golpe al pecho, contundente.
Empezó a recordar.
El estómago no le dolía a causa de la aciaga comida que había ingerido; en realidad se trataba de un grupo de mariposas que habían habitado en su tripa. Los ojos no le escocían por la tinta que le había penetrado en las pupilas, eran las lágrimas que le asomaban cuando se ponía a pensar. El golpe que le había causado el otro chico no le había dolido para nada, el motivo de ese mal era su frágil corazón, el cual empezaba a estrecharse solo y a pedir ayuda.
La caída que había presenciado todo el mundo minutos antes no se trataba de una caída cualquiera. Fue el despertar.
El amor.
Hacía mucho que no te leía,
ResponderEliminarse echaba de menos esa magia que desprendes.
Una buenisima entrada,
sin duda alguna :)
¡Impresionante! Me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarUn beso de fuego para tu corazón helado.
¡Ohhh, qué pasada! Totalmente inesperado.
ResponderEliminarMuy bueno, en realidad no me lo esperaba.
ResponderEliminarMuy bien hilado; sorprendente pero no coge desprevenida.
ResponderEliminarBss
El amor, se tropezó con él. ;)
ResponderEliminarya era hora eh!
ResponderEliminar:)
El amor aparece y desaparece dónde menos te lo esperas. Algunas veces puedes tropezarte con él, por ekemplo, al coger el último chuletón que estaba perdido en el fondo del congelador...
ResponderEliminarSigues ben "retornada"
Como decía Nietzsche "para que venga lo bueno tiene que pasar lo peor". Un fuerte abrazo
ResponderEliminarYo también hacía mucho que no me pasaba por Blogger, pereza, falta de inspiración... llámalo X.
ResponderEliminarUn beso, y tú ausencia es de las que se nota, en serio.
excelente ! ame el relato, besos
ResponderEliminarEl amor, que aparece y te da una patada en la boca del estómago. Así, sin preaviso ni nada.
ResponderEliminar(qué mala idea tiene eh!)
:)
wow.. qué gran texto. Me has dejado con la boca abierta. cada palabra me ha enganchado a la otra, así hasta terminar el texto y todavía quiero saber más sobre la vida de él. Quizás puedas hacer una segunda parte :)
ResponderEliminarBesos
Sin palabras me has dejado! Enserio, FLIPANDO.!!!!
ResponderEliminarTal vez la mala suerte no exista, pero al amor, sí. Y tú lo has demostrado.
ResponderEliminarUna bolsita llena de sugus de todos los sabores.
Te he dejado un premio en mi blog :)
ResponderEliminarEl amor es agresivo por naturaleza, no sé si es mas brusca su manera de llegar o la de marcharse.
ResponderEliminarUn beso (:
ay, todo lo que hay que sufrir por amor.
ResponderEliminarun poco cruel el amor, no?
ResponderEliminarme gusta :)
Siempre tan buenos tus escritos, cada día sorprenden más, mis felicitaciones.
ResponderEliminarTe espero por mi blog, si?
Que ándes bien, besos!
La fortuna, a veces, si que falla, la muy desgraciada.
ResponderEliminarBuen fin de semana!!
Puedo decir sin exagerar que es lo mejor que he leído hoy. Me ha encantado, sencillamente genial.
ResponderEliminarMe encanta como escribes, de verdad, muy buena la entrada!
ResponderEliminarun besaazo!=)
me ha gustado mucho (:
ResponderEliminarPreciós, ets una crac lau, m'encantes!
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