Miró a lado y lado de la calle, y cuando comprobó que nadie lo estaba observando, apagó el cigarrillo en el suelo y se guardó la colilla dentro del bolsillo derecho de su chaqueta. No podía permitirse el lujo de dejar su ADN en cualquier parte del mundo, y menos aún en una calle mugre de Madrid.
Había llegado esa misma mañana. Estaba decidido a encontrar su sitio, a establecer el hogar que siempre había deseado. No quería escuchar más las frases de “aquí no se puede tener esperanza, si quiere váyase al pabellón” o “le hemos dicho que para respirar mejor tiene que vestir de color verde” o también “señor, no puede caminar recto, hazlo como es debido y respete las normas”. Normas, normas, normas. Soberanas estupideces que se habían inventado para que el mundo funcionara mejor. Pues eso. Una gilipollez.
Se recostó en la pared y se sentó. Le dolía la espalda y hacia días que se quejaba de su quebrantado corazón. A pesar de eso, Enrique lucia siempre su mejor sonrisa. Un tierno viejo entre otros, se decía. Pero no era así. Él desprendía luz.
Observó el cielo. Estaba gris. Los coches avanzaban cuando el semáforo se ponía en lila y los peatones paraban. Tránsito monótono.
Y entonces ocurrió.
Un chico y una chica iban caminando por la calle opuesta cogidos de la mano. No mostraban ningún signo de ebriedad o locura, solamente paseaban sonrientes y exultantes. Se detenían en los escaparates, soltaban carcajadas vergonzosas y volvían a acelerar el paso. Pero calmados.
Enrique se giró, buscando ayuda alguna. No podía entender lo que estaban haciendo esos dos imprudentes. ¿No se habían dado cuenta de que estaban en plena calle de Madrid? ¿Por qué mostraban tanta pasividad?
Intentó hacerles señas desde el otro lado pero no hubo maneras. Chilló, silbó lo poco que sabía y empezó a saltar, cuándo de repente una mano se apoyó en su hombro.
- Señor, ¿me podría decir exactamente lo que está haciendo? –sonó la voz.
Era un policía. De mediana edad, con bigote. El típico malote de las películas, pero con unos ojos enormes que no mostraban sentimiento perceptible.
Enrique no supo qué contestar. Miró al policía y comprendió que él ya se había fijado en la pareja. No se inmutó.
Tras atisbar una larga mirada hacia los dos jóvenes, el agente volvió a preguntar.
- ¿Y entonces, qué hacia?
Enrique tardó un poco en reaccionar.
- Yo no quiero meterme en problemas, pero usted también lo ha visto. Están rompiendo una de las leyes fundamentales. ¿No ve que están divulgando su amor en plena ciudad? Incluso se han besado, usted lo sabe. Lo ha visto –tartamudeó él.
El agente arqueó las cejas y después de unos segundos que se antojaron horas, lo comprendió y estalló en una serie de alborozos exagerados.
Entonces, lo miró de cabo a cabo y respondió:
-Disculpe mi educación, pero no lo he podido evitar. Creía que me estaba tomando el pelo. No me había fijado que era nuevo en esto. Mire, esto que está viendo, se trata de un pequeño secreto. ¿Ve donde está situado? Se encuentra usted en una calle exclusiva en todo el mundo. Le puedo informar y asegurar que está usted en el único sitio dónde la única norma a cumplir es la de no cumplir las normas. Hemos pactado con toda la ciudad éste acuerdo. Nos dan igual las leyes. Nos saben a mentira.
Enrique palideció. No podía creer lo que estaba oyendo.
-Aquí la gente puede pensar –prosiguió el policía-, los niños pueden comer galletas con mermelada e incluso se puede estornudar sin ser castigado. No nos preocupa nada más. Sólo queremos ser felices con lo de siempre. Aunque no lo crea en los baños corre el agua y en el parque de aquí al lado hay muchas flores. Las chicas pueden maquillarse y arreglarse sin necesidad de utilizar agua oxigenada. Estar en desacuerdo es totalmente frecuente y ser original no es algo que posean todos. Lo normal dentro de un cierto equilibrio, supongo.
- Entonces… -intentó articular Enrique.
El mundo utópico en el que todos desearían estar.
ResponderEliminarPues qué vida más triste. ¿Qué hará cuando vaya a otra calle? ¿Seguirá viviendo en la mentira? Practicamente aquí el único pasivo es él.
ResponderEliminargracias a Dios nos podemos enamorar en cualquier lado... ;D
ResponderEliminar¡Que genial! Ójala existiese una ciudad sin normas (sobre todo respecto al amor). Un texto brillante. Kisses!
ResponderEliminarAH!
ResponderEliminarqué genial lo de frío
y y y
no sé si te diste cuenta pero la música del video es Love Of Lesbian, lo puse aposta :)
atento con las consecuencias..
ResponderEliminarnadie ha salido vivo de ellas..
PRECIOSO!!!!!
ResponderEliminarMe ha llegado muchisimo lo de : "dónde no está prohibido enamorarse."
BRAVO!
Me gusto muchisimo tu texto, por eso me gustaria que pases por mi blog y leas la propuesta que he hecho en mi ultima entrada, me gustaria mucho tu colaboracion.
ResponderEliminarBesos!
Me encanto :')
ResponderEliminarMuy muy MUY lindo ♥
Un món diferent...
ResponderEliminarPer cert, quin és aquell bar de Girona que dius que està ple de llibres mentre prens un cafè??
"No podía permitirse el lujo de dejar su ADN en cualquier parte del mundo," me ha hecho mucha gracia :)
ResponderEliminarme ha encantado lo que he leido, me ha parecido genial!
dentro de unos años, ese será mi hogar :)
ResponderEliminar¡Qué bien que Enrique haya dado con ese lugar tan maravilloso!
ResponderEliminarUna bolsita llena de sugus de manzana para ti.
Ese tipo parece salido de "Un mundo feliz". ¿No toma soma?
ResponderEliminarPos yo no quiero ir a ese sitio nunca nunca nunca; pero qué bien lo has hilado.
ResponderEliminarSaludos
Yo quiero esa ciudad !
ResponderEliminareh, me encanta el blog.
ResponderEliminar(la cabecera es amor)
Mmm un piso en ese barrio no será muy caro, no? :)
ResponderEliminarEsa calle está hecha para mi!jejeje
ResponderEliminarme encantó tu entrada.
unbesitto!♥
Conforme lo leía me ha recordado a dos películas, mezcladas, y que no tienen nada que ver la una con la otra: "Amanece que no es poco" de Berlanga, y "1984", que es una novela adaptada de Orwell.
ResponderEliminarYo vivo en esa calle!!!!
ResponderEliminarQué bonita historia!