Anna no quiere salir de casa un lunes por la mañana.

Tengo la sensación de que las personas son de mentira. En cualquier momento espero que el vianante que va delante de mi desaparezca. Miro sobre mi cabeza y imagino las palomas explotar. Contaría la gente para luego decirles: menos tres, ¡piérdete!
Cojo una manzana de la cesta azul. Contraste. La fruta está roja como los labios de Barbie en una fiesta. ¿Por qué me preocupo tanto? Ya me lo decía mamá: ¡cuántos pensamientos inútiles hay en tu cabeza, hija mía!
Acabo de darme cuenta que no se atarme los cordones de los zapatos. Quería salir un rato por el parque, pero cuando me he agachado para hacer el lazo, las fuerzas se fueron escaleras abajo.
No entiendo nada. Mi cabeza dice si y mi corazón dice tal vez. Fracaso todos los intentos y no tengo pensamientos buenos. ¿Desde cuándo soy tan pesimista?
Estoy dando vueltas por la casa. No puedo salir. Ni siquiera se donde he puesto las llaves. Me da miedo bajar al sótano, está lleno de recuerdos.
Palpo la maqueta granate mientras entrego mi cuerpo al suelo. Qué buen frío hace en esta casa.. Parece que esté nadando en un mar de sangre helada.
Mañana intentaré comprar unos zapatos con belcro, así la pereza cederá.
Me levanto. Estoy cansada de no hacer absolutamente nada. Qué mierda de día hace. Mejor me quedo en casa, con mi perro y un buen chocolate. Cuando mamá aún vivía me lo hacía sin que yo se lo pidiese. A veces lo deseaba como nada en el mundo, y al cabo de tres minutos ella venía con una sonrisa en la cara y con ese dulce capricho.
Qué buena era mamá. A veces aún pienso en ella.
Maldita sea la persona que quería que mamá explotara.