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Apretó las letras en su corazón. Una vez tenía el equipaje hecho y cargado en la furgoneta vieja, encendió el motor y con él, la radio.

Regina Spektor sonaba en el aire de ese vehículo, y Raquel sonrió por un momento.

- Alguien normal en el mundo, y se lo cargan también. La madre que los parió.

Las líneas blancas de la carretera parecían antiguas y diferentes a lo habitual. En ellas se reflejaba una especie de agua gelatinosa que se juntaba con las ruedas y hacia que esas se resbalaran un poco y chirriaran.

Con la mano derecha, intentando no desviar la mirada de la carretera, cogió el paquete de Marlboro del bolsillo y encendió un cigarrillo.

El humo se desvanecía por sus labios mientras la rabia se marcaba en sus pómulos.

La ciudad permanecía ciega y sorda. Los pocos viandantes que circulaban por las calles se comían los unos a los otros. Las banderas ya no deambulaban por el cielo y los ojos de Raquel habían cambiado de color.

-Tengo que salir de aquí. Este mundo va a volverme loca –dijo.

Y la radió se paró.